
Masacre: venid y observad la verdad de la guerra
Por Alexandre Lavado i Campàs.
En 1985, con motivo del 40 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y en vísperas de la Perestroika de Mijaíl Gorbachov, vio la luz Masacre: ven y mira, el último y más conocido filme del cineasta soviético Elem Klimov. El 28 de mayo 2021, 80 años y un mes después del inicio de la Operación Barbarroja que arrasó la Rusia europea, Masacre: ven y mira volvió remasterizada a la gran pantalla y a la plataforma de cine independiente Filmin.
Por eso, en Cinezin, dedicamos este monográfico a la violencia acontecida en el Frente Oriental con motivo del reestreno del film de Klimov para entender el porqué de tal despliegue violento. Además, pretendemos comprender porqué el cineasta soviético puso el foco en la terrible realidad de aquel monumental conflicto: el exterminio sistemático, brutal y cruel de civiles. Así, intentaremos acercarnos a la película para recordar las atrocidades que el nazismo desató en el Frente Oriental en nombre de la defensa de la civilización occidental y la pureza racial. En Masacre: Ven y Mira os encontraréis la verdad de la guerra: la miseria, suciedad, violencia y brutal muerte que se cernieron, como pasa tan habitualmente a lo largo de la historia, sobre los inocentes, gente sin nombre, sin rostro y sin tumba a la que Klimov rindió su gran y último homenaje cinematográfico.

Nacionalsocialismo y guerra de exterminio
La Segunda Guerra Mundial es el conflicto de la historia en el que murieron más civiles. Los cálculos de víctimas del conflicto generalmente aceptados cifran la cantidad de muertos en unos 60 millones. De estos, 22 millones correspondieron a la Unión Soviética, de los cuales, 8 millones eran militares y 12 millones civiles. Las cifras hablan con contundencia de la crudeza de la guerra en el Este pero, ¿cómo se llegó a estas cifras de muertos?
El NSDAP fue un grupo fundado en 1919 en Múnich, la capital del conservadurismo alemán. Este pequeño grupo de debate que luego se convertiría en partido político, era uno más entre los numerosos grupúsculos de extrema derecha del etnicismo alemán de postguerra. Sin embargo, entre sus filas destacaba Adolf Hitler un antiguo cabo del ejército, dotado para la oración y con una personalidad carismática. A grandes rasgos, el éxito del partido se debió a la capacidad de Hitler de convertir el NSDAP en el partido confluencia de toda la contrarrevolución de derechas y radical alemana, proceso que terminó con el nombramiento de Adolf Hitler como canciller el 30 de enero de 1933.
El partido incorporaba rasgos ideológicos muy comunes dentro del espacio nacionalista Völkisch. Uno de los textos de referencia de la cultura Völkischer era la obra de Oswald Spengler, «La Decadencia de Occidente». Publicado en dos volúmenes, 1918 y 1922, este libro es un largo ensayo histórico y filosófico sobre el auge y la caída de todas las civilizaciones humanas siguiendo unos ciclos vitales que se repiten. La obra muestra el pesimismo reinante en la Alemania de posguerra y las ansias de renacimiento cultural.
El nazismo acabó creando una ideología que incorporaba características ya existentes dentro de la sociedad a la vez que construía nuevas ideas, doctrinas y prácticas políticas nacidas de la ruptura con el liberalismo y los valores morales anteriores a la Gran Guerra. La mayoría de estas ideas giran en torno al rechazo a la democracia y la República de Weimar, la oposición al marxismo, el internacionalismo y la lucha de clases, junto con el rechazo de los valores liberales de igualdad. Por otro lado incorpora nuevas ideas como la exaltación de la guerra, el culto a la virilidad, la juventud y el sacrificio como nuevas formas de regir la sociedad y el mundo de posguerra. La nueva política será la acción directa, la movilización de toda la sociedad en un frente común, unido por la sangre en el caso alemán y en defensa de la patria y sus miembros.
El nazismo ofrecía una perspectiva política de revolución nacional a través de una rompedora ideología, que apostaba por un proyecto de pureza de sangre y renacimiento de la nación a través del rechazo a la vieja política. Finalmente, incorporaba el hecho biológico, la pureza genética de la sangre alemana como un elemento central de su ideario, que se manifestará con la exclusión de los «elementos impuros» como los miembros de la izquierda, mujeres, homosexuales, judíos o amantes de actividades artísticas y musicales. Más allá de esta exclusión, lo que permitió al nazismo ser tan popular fue la capacidad de inclusión. Su discurso superaba las barreras de clase y prometía la aceptación de todos los miembros de la sociedad alemana considerados puros y aptos para la reproducción. Este discurso comunitario, junto con las dificultades de la República y la expansión de un sentimiento antidemocrático, llevaron a parte del pueblo alemán a refugiarse en una alternativa política que les prometía prestigio y bienestar.
Este proyecto se materializaría con la derrota de los pueblos inferiores y la consecución del espacio vital que el pueblo alemán necesitaba para su devenir histórico. En el caso ruso, el nazismo añadió un componente biológico a todo un sentir muy común entre la opinión pública europea de derechas y de centro: Rusia era un país extraño, alejado de la civilización europea, asiático y atrasado. Además, desde 1917 se había convertido en el centro del comunismo mundial y, por tanto, en un ente “judío-bolchevique” considerado peligroso para los ideales europeos. En el caso del nazismo, se fue un paso más allá, poniendo énfasis en la superioridad tecnológica y cultural alemana sobre los pueblos eslavos considerados “untermensch”. Este carácter pretendidamente científico del nazismo implicaba y legitimaba una política de exterminio como la que tuvo lugar.
Camino a la guerra
Con la anexión de Austria y los Sudetes en 1938, la política imperialista de la Alemania Nazi ya era una realidad. En la conferencia de Múnich de dicho año (en el que la URSS fue excluida), la Gran Bretaña y Francia aceptaron la anexión de Checoslovaquia a Alemania a cambio del compromiso de ésta de no agredir a Polonia. Este hecho convenció a Stalin de la abierta hostilidad de las potencias occidentales a firmar un acuerdo antifascista contra el expansionismo alemán, viéndose la URSS abocada a una lucha en solitario. El pacto Antikomintern entre Alemania, Japón y Italia (y España y Hungría más tarde), certificaba una política de alianzas contra la URSS que se extendía también hasta los países bálticos y Finlandia, con los que Alemania mantenía importantes relaciones diplomáticas. El aislamiento de la URSS en Europa, sin ningún aliado dispuesto a combatir junto a ella, era una amenaza directa a la existencia del país soviético.
En este contexto tuvo lugar el pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop, en 1938. Las dos potencias antagónicas del momento, fascismo y comunismo, firmaron un acuerdo pragmático para posponer el inicio de un conflicto que parecía inevitable. Alemania obtuvo tranquilidad en su oriente, pudiendo enfocar su esfuerzo de guerra hacia Francia y Gran Bretaña y evitando una inasumible guerra en dos frentes. Por su parte, la URSS recuperaba una importante extensión de terreno polaco, poniendo entre Berlín y Moscú unos kilómetros que serían clave en la futura guerra a la vez que ganaba tiempo para reorganizar y reequipar a su ejército y a su industria. Esto también le permitió derrotar a los japoneses en Mongolia y firmar un tratado de no agresión con ellos que sería crucial para destinar las fuerzas militares del Extremo Oriente Ruso a la defensa de la Rusia europea contra el avance nazi.
La guerra germano-soviética: una guerra diferente
Empezada la guerra, con Francia derrotada y Gran Bretaña cercada, Alemania rompió unilateralmente el pacto de no agresión con la URSS y la invadió en junio de 1941. El ataque cogió completamente desprevenida a la Unión Soviética (que esperaba que esto sucediera una vez derrotada Gran Bretaña), que se tambaleó por el golpe. Pese a una resistencia soviética mayor de la esperada, con importantes bolsas de tropas resistiendo en solitario, la ofensiva alemana fue exitosa, ganando gran cantidad de kilómetros y abriendo grandes corredores por los que las tropas alemanas se dirigieron hacía las grandes ciudades del país: Moscú, Leningrado y Stalingrado.
Sin embargo, el invierno ruso y el contraataque soviético de finales de año, frenaron la ofensiva y dieron paso a un nuevo estadio de la guerra. El esfuerzo bélico alemán consumió las reservas del ejército y sentó las bases para una política de explotación y exterminio de los territorios ocupados. Estos territorios estarían a cargo de la Organización Económica del Este, el organismo nazi encargado de la explotación económica y la colonización de las nuevas tierras. El objetivo era la captación y el control de todas las materias primas, recursos, explotaciones agrícolas, ganaderas o minerales, etc., algo esencial para abastecer el esfuerzo de guerra alemán. Este proyecto también incluía la deportación o exterminio de millones de personas consideradas inferiores. La documentación alemana habla de la recolocación de unos 30 millones de personas y tildaba a otras 50 de “sobrantes”. Un pequeño porcentaje de habitantes sería autorizado a residir en el nuevo imperio alemán, trabajando en tareas subordinadas y encontrándose subyugada a las nuevas elites de etnia germánica que se asentarían en la zona provenientes no solo de Alemania, sino también del Báltico o los Balcanes.
Pero estos planes no llegaron a cumplirse. La política de tierra quemada aplicada por el Ejército Rojo impidió a los alemanes aplicar las grandes estrategias de planificación económica previstas y les obligó a proveerse sobre el terreno mediante saqueos organizados, tarea entorpecida por la poca colaboración de los campesinos soviéticos y por las acciones de los partisanos, muy activos desde el primer momento. Todo esto se hizo en detrimento de la población civil ocupada, abandonada a su suerte por unos ocupantes centrados en alimentar a sus combatientes.
Respecto a los prisioneros soviéticos (estimados en unos 5,7 millones), la política nazi fue brutal: fusilarlos, dejarlos morir de hambre y enfermedades o destinarlos a trabajos forzados. Para el nazismo estos prisioneros eran inferiores, soldados que consumirían unos recursos que podían ser destinados a los soldados en el frente o a los ciudadanos alemanes de la retaguardia. Los prisioneros soviéticos murieron en grandes cantidades, unos 3,3 millones a diferencia de los prisioneros franceses o británicos, enemigos pero pertenecientes a la Europa civilizada.

¿Qué vemos en Masacre: ven y mira?
Así pues, en Masacre: ven y mira vemos el resultado de todo este conglomerado ideológico, militar y organizativo del nazismo. Estamos ante todo, frente una guerra diferente, de exterminio que dejó poco margen para una cierta convivencia entre civiles y ocupantes y que fue especialmente cruel cuanto más crítica era la situación.
En el filme de Klimov nos enfrentamos a quema de aldeas, ejecuciones, violaciones y robos, las prácticas más habituales de la Wehrmacht alemana en el Frente Oriental en su lucha por controlar el territorio. La película se sitúa en la Bielorussia ocupada de 1943 (una vez destruido el 6º Ejército Alemán cercado en Stalingrado) y empieza con el joven Flyora y un amigo rebuscando rifles entre una trinchera semienterrada. Un anciano de su aldea, probablemente el Starosta, les advierte de las graves consecuencias de sus actos: los alemanes, dentro del contexto de guerra total y de exterminio, podrían considerar ese acto como una actividad partisana sensible de ser castigada. Y así sucede: los actos de Flyora conllevan la muerte de su familia y su aldea.
Con el visionado de Masacre: ven y mira entramos en una espiral de guerra partisana y anti-partisana. Los actos violentes que vemos representados fueron hechos ampliamente aceptados dentro del ejército alemán y así lo confirman los supervivientes y los propios perpetradores. Las violaciones, pese a las posturas nazis contrarias el contacto carnal con mujeres no arias, también eran práctica habitual en las zonas ocupadas y toleradas por unos oficiales que lo veían como un divertimiento ocasional. Incluso testimonios orales mencionan mutilaciones genitales de mujeres soviéticas, vivas o muertas. Por otra parte, la omnipresente amenaza de la actividad partisana y un entorno natural hostil y amenazante para los invasores, creaban el caldo de cultivo idóneo para llevar a cabo acciones de extrema violencia.
Todos los civiles eran susceptibles de ser enemigos, por tanto según la fría racionalidad militar, todos eran objetivos legítimos de la violencia. Pese a algunos casos de disciplina castrense y respeto a la población civil, lo más habitual fue que las tropas nazis, y especialmente los grupos de las SS o los Einsatzgruppen fanatizados entorno a la cuestión racial, trataran sin ningún tipo de compasión a los civiles o partisanos capturados. Se estima que el uso de civiles como escudo humano para el cruce de los campos de minas fue una práctica habitual que dejó miles de muertos y también era habitual que el saqueo de comida acabara con los aldeanos fusilados. Veteranos de guerra nazis también dan buena cuenta de las operaciones de castigo llevadas a cabo cuando los alemanes sufrían bajas, las cuales acababan frecuentemente con el fusilamiento sumario de todo civil cercano, sin ningún tipo de excepción. El asesinato indiscriminado y el estado de salvajismo fue el método de desahogo que utilizaron las tropas alemanas para enfrentarse a la brutalidad de la guerra en el Frente Oriental. Estas masacres fueron llevadas a cabo por unidades militares como la Brigada Dirlewanger, una unidad de las SS compuesta por criminales convictos y autora de la masacre de Khatyn entre muchas otras, en la que 147 personas, incluyendo 75 niños, fueron quemadas vivas dentro de un cobertizo. Esta brutal guerra, tal y como muestra Klimov, dejó el triste saldo de 5.295 aldeas quemadas y 2 millones de personas muertas, aproximadamente un cuarto de la población bielorrusa.
Sin embargo, la respuesta alemana en forma de represión implacable de la población civil no dio los resultados esperados, ya que esta prefería no colaborar o apoyar a los partisanos “que por lo menos hablaban su idioma”. Adolf Hitler y los jerarcas nazis fueron abiertamente hostiles a tratar con benevolencia a los ocupados para tratar de ganar su colaboración. Sea como fuere, la actividad partisana, de la que el joven Flyora forma parte, fue un quebradero de cabeza para los ocupantes, convirtiéndose a partir de 1943 en un problema de gran envergadura en las áreas rurales, fruto de los esfuerzos soviéticos por infiltrar personal especializado y material bélico tras las líneas enemigas. Después de la derrota de la ofensiva nazi y el contraataque soviético, miles de partisanos como Flyora fueron absorbidos por las unidades del Ejército Rojo, dirigiéndose al objetivo final de la guerra: la toma de Berlín y la destrucción del régimen nazi que asoló el suelo soviético durante años.
Monográfico sobre Dersu Uzala.
Monográfico sobre Mientras Dure la Guerra: Parte 1 y Parte 2.

